Julio Reyes
Yo no vivo
en la playa, que quede claro, vivo a treinta minutos de ella (en camión). Vivo más o menos encerrado en cuatro paredes allá en los suburbios, entre los disturbios, dentro
del puerto marismeño de Mazatlán, Sinaloa, donde disparan a las olas. Aquí, en este
estado, siempre hemos tenido violencia vinculada al narcotráfico. No en balde
la mayoría de las personas que encuentro en el DF me dicen algo característico
de Sinaloa, que si aquí está la mera mata, que si “cuidadito allá verdad”, que
si están los meros meros. Que si Vasconcelos dijo que aquí se acaba la cultura
y empieza la carne asada, no hay pedo, lo pagamos. Porque es cierto. Es casi como
si negaran los chilangos que comen carne de perro.
Sinaloa
misma se ha encargado de hacer popó a su diplomacia. Muchas cosas están
vinculadas al narcotráfico y a las fiestas, y todo empezó porque los narcos, a
sabiendas de que pueden morir en cualquier momento, se dedican a disfrutar la
vida hasta el último instante; más cerveza, más mujeres, más drogas, más
camionetas, más todo. A principios del siglo veinte había fumaderos de
marihuana. Los chinos llegaron con amapola al puerto y todo en Sinaloa se
volvió lento. Que la escuela, no vayas; que conocí a alguien, invítalo a comer;
que me caso, yo pongo el cartón de cerveza. Eso era antes, aproximadamente del año 1900 en adelante.
Ahora las cosas son más o menos diferentes, exceptuando ranchitos. Las drogas
por naturaleza nos distraen de lo que está sucediendo (realidad), ya sea buena
o mala, nos hace pensar que es innecesaria la vida, que todo se soluciona solo
y que nada hace falta para ser felices; casi como los religiosos. Son tiempos
violentos, tan violentos que la gente no quiere ir a aquella parada de autobús
porque hay testigos de Jehová hostigando la moral y el culto de sus contrarios.
No quiero divagar tanto. El caso es que antes de 1945 en Sinaloa ya se peleaban
los intereses de las drogas y la política con balazos y muertes. Supuestamente,
el primer gobernador coludido en el narcotráfico fue Pablo Macías, quien fue
militar en la revolución y contaba con un montón de renombres dentro de la
política. “Don Pablo estaba en campaña política cuando cuecen a balazos en
pleno Carnaval de Mazatlán, el 22 de febrero de 1944, al gobernador Rodolfo T.
Loaiza”. Se dijo que Pablo Macías fue el autor intelectual del atentado para sustituirle
en la gubernatura. Poco después, las mismas personas simpatizantes del difunto
seguían incriminándole delitos al gobernador. “Se le
señalaba en grandes encabezados de la prensa nacional, como jefe del
narcotráfico en el noroeste”. Aun ni llegábamos a 1950. Todo empezó cuando las
drogas se prohibieron: aumentaron los adictos, los delitos, las crueldades, la
fama, etc. Para tal época Sinaloa ya estaba consolidado como el estado de la
yerba y la fiesta, el desmadre, los narcos, Malverde, el futuro.
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