viernes, 9 de marzo de 2012

De sinaloa y su reputación


Julio Reyes 
Yo no vivo en la playa, que quede claro, vivo a treinta minutos de ella (en camión). Vivo más o menos encerrado en cuatro paredes allá en los suburbios, entre los disturbios, dentro del puerto marismeño de Mazatlán, Sinaloa, donde disparan a las olas. Aquí, en este estado, siempre hemos tenido violencia vinculada al narcotráfico. No en balde la mayoría de las personas que encuentro en el DF me dicen algo característico de Sinaloa, que si aquí está la mera mata, que si “cuidadito allá verdad”, que si están los meros meros. Que si Vasconcelos dijo que aquí se acaba la cultura y empieza la carne asada, no hay pedo, lo pagamos. Porque es cierto. Es casi como si negaran los chilangos que comen carne de perro.


Sinaloa misma se ha encargado de hacer popó a su diplomacia. Muchas cosas están vinculadas al narcotráfico y a las fiestas, y todo empezó porque los narcos, a sabiendas de que pueden morir en cualquier momento, se dedican a disfrutar la vida hasta el último instante; más cerveza, más mujeres, más drogas, más camionetas, más todo. A principios del siglo veinte había fumaderos de marihuana. Los chinos llegaron con amapola al puerto y todo en Sinaloa se volvió lento. Que la escuela, no vayas; que conocí a alguien, invítalo a comer; que me caso, yo pongo el cartón de cerveza. Eso era antes, aproximadamente del año 1900 en adelante. Ahora las cosas son más o menos diferentes, exceptuando ranchitos. Las drogas por naturaleza nos distraen de lo que está sucediendo (realidad), ya sea buena o mala, nos hace pensar que es innecesaria la vida, que todo se soluciona solo y que nada hace falta para ser felices; casi como los religiosos. Son tiempos violentos, tan violentos que la gente no quiere ir a aquella parada de autobús porque hay testigos de Jehová hostigando la moral y el culto de sus contrarios. No quiero divagar tanto. El caso es que antes de 1945 en Sinaloa ya se peleaban los intereses de las drogas y la política con balazos y muertes. Supuestamente, el primer gobernador coludido en el narcotráfico fue Pablo Macías, quien fue militar en la revolución y contaba con un montón de renombres dentro de la política. “Don Pablo estaba en campaña política cuando cuecen a balazos en pleno Carnaval de Mazatlán, el 22 de febrero de 1944, al gobernador Rodolfo T. Loaiza”. Se dijo que Pablo Macías fue el autor intelectual del atentado para sustituirle en la gubernatura. Poco después, las mismas personas simpatizantes del difunto seguían incriminándole delitos al gobernador. “Se le señalaba en grandes encabezados de la prensa nacional, como jefe del narcotráfico en el noroeste”. Aun ni llegábamos a 1950. Todo empezó cuando las drogas se prohibieron: aumentaron los adictos, los delitos, las crueldades, la fama, etc. Para tal época Sinaloa ya estaba consolidado como el estado de la yerba y la fiesta, el desmadre, los narcos, Malverde, el futuro.


Mucho que ver con el Sinaloa moderno... (CONTINUARÁ)

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